domingo, 24 de febrero de 2013

Cristo es la plenitud de la ley y de los profetas


Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas.

El Deuteronomio es una especie de repetición y como una recapitulación de los libros de Moisés. Fíjate cómo de nuevo se nos predica aquí abiertamente el misterio de Cristo, conscientemente prefigurado, por sutilísima contemplación, en la persona de Moisés: Un profeta de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. Así pues, la mediación de Moisés, puesto al servicio del pueblo para manifestarle los decretos divinos, fue instituida para apuntalar la debilidad de los hombres de aquel entonces. Da el paso del tipo a la realidad y contemplarás a través de esta figura, al mediador entre Dios y los hombres, Cristo, poniendo, en dicción humana, al servicio de los dóciles, cuando por nosotros nació de una mujer, la inefable voluntad de Dios Padre, conocida únicamente por él, en cuanto que como Hijo, procede de él y en cuanto que él mismo es la sabiduría, que todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.

Ahora bien: no pudiendo nosotros ver con los ojos corporales la divina, inefable, pura y simple gloria de la divinidad que todo lo trasciende –no puede ver nadie mi rostro, dice, y quedar con vida–, por eso fue necesario que el Verbo unigénito de Dios asumiera nuestra débil condición, se revistiera, por un inescrutable designio divino, de este cuerpo mortal y nos manifestara la soberana voluntad de Dios Padre, diciendo: Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Y también: Yo no he hablado en nombre mío; no, el Padre que me envió me ha encargado él mismo lo que tenía que decir.

Por tanto, hemos de considerar que si Moisés, que manifestaba a los hijos de Israel los decretos divinos, es el tipo de Cristo, su mediación, es una mediación de servicio; en cambio la de Cristo es una mediación voluntaria y mística, como de uno que toca por su propia naturaleza los dos extremos de los que es mediador y a ambos pertenece, a saber: a la humanidad de la que es mediador y al Padre en cuanto que es Dios.

Cristo es –como se ha dicho– el fin de la institución legal; Cristo es la plenitud de la ley y de los profetas.

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 3, cap 3: PG 73, 427-434)

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