lunes, 11 de febrero de 2013

La sabiduría de la cruz


La sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, y la sabiduría de Dios es necedad ante el mundo. Es necedad hablar de cruz a los que perecen. Pues bien: en cierto modo, hablar de pobreza y de llanto es hablar de cruz. Pues la pobreza y el llanto son una modalidad de la cruz. Pero la sabiduría de Dios ha quedado justificada por sus obras, obras de la luz. Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Por esta razón, los hijos de este mundo y los hijos de la luz se consideran mutuamente necios y locos. Aquéllos acuden a los idólatras que se extravían con engaños, éstos aman como a la luz la necedad de la predicación, de la que quiso Dios valerse para salvar a los creyentes, luz que el hombre animal no capta, pues para él es necedad y es incapaz de comprenderla. Esta oposición entre la sabiduría de Dios y la sabiduría de este mundo ataca, en el corazón de muchos, los mismos fundamentos de la fe y es tan poderosa que amenaza con hacer caer, si fuera posible, a los mismos elegidos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. La vanidad y la verdad distinguen entre llanto y llanto. Los hay que lloran por cosas que no vale la pena llorar, y, en consecuencia, son dignos de lástima, pues lloran en vano como en vano creen. Y los hay que pía y saludablemente lloran, y serán dichosos porque lloran de la manera de que habla el Señor dirigiéndose a sus discípulos: Yo os aseguro: lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre. Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Y el salmista: Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.

De este pío llanto, como de una lluvia de gracia celeste, se riegan nuestras semillas, para que bien regada crezca más abundante la mies. Esta es la lluvia copiosa que Dios derramó en su heredad. En este valle de lágrimas en que hemos nacido, tenemos sobradas razones para llorar, en donde todo lo que ocurre, dentro o fuera de nosotros, es raro que no nos dé motivo para llorar. Con esta diferencia: que los débiles se lamentan en la tribulación, mientras que los perfectos se gozan incluso de las tribulaciones, lo que es señal de fortaleza; y se duelen no obstante, lo cual es señal de debilidad. Pues no debemos pensar que los perfectos estén exentos de toda debilidad. Pues su fuerza se realiza en la debilidad.


Balduino de Cantorbery, Sobre las bienaventuranzas evangélicas (9: PL 204, 501-502.504)

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