sábado, 8 de junio de 2013

El perdón de los pecados

Escucha ahora cuántos son los canales de remisión de los pecados que hallamos en el evangelio. Primero: el bautismo, que se nos confiere para el perdón de los pecados; segundo: la pasión del martirio; tercero: la limosna, pues dice el Salvador: Dad limosna, y lo tendréis todo limpio. El cuarto canal para el perdón de los pecados es el perdón que otorgamos a nuestros hermanos. Ya lo dijo el Señor, nuestro Salvador: Si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras culpas. Y en la oración dominical nos manda decir: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

El quinto canal de remisión de los pecados es si alguien convierte al pecador de su extravío. Dice en efecto la Sagrada Escritura: Uno que convierte al pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfin de pecados.

El sexto canal de perdón es una caridad intensa, como dice el mismo Señor: Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor. Y el Apóstol dice: El amor cubre la multitud de los pecados. Existe todavía un séptimo canal, aunque duro y laborioso: la remisión de los pecados por medio de la penitencia, cuando el pecador riega su cama con lágrimas, cuando las lágrimas son su pan, noche y día, cuando no se avergüenza de descubrir su pecado al sacerdote del Señor, buscando el remedio, según aquel que dijo: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Así se cumple también la palabra del apóstol Santiago: ¿Hay alguno enfermo? Llame a los responsables de la comunidad, que recen por él y lo unjan con aceite invocando al Señor. La oración hecha con fe dará la salud al enfermo; si, además, tiene pecados, se le perdonarán.

También tú, cuando te acercas a la gracia del bautismo, es como si ofrecieras un becerro, pues eres bautizado en la muerte de Cristo. Cuando eres conducido al martirio, es como si ofrecieras un macho cabrío, porque has yugulado al diablo, autor del pecado. Cuando das limosna, y con afectuosa solicitud despliegas tu ternura hacia los indigentes, acumulas sobre el altar sagrado cebados cabritos. Y si perdonas de corazón la culpa de tu hermano, y es sajado el tumor de la ira, permanecieres interiormente tranquilo y sosegado, ten por cierto que has ofrecido en sacrificio un carnero o un cordero.

Finalmente, si en tu corazón abundara aquella virtud, superior a la esperanza y a la fe, es decir, la caridad, de modo que ames a tu prójimo no ya como a ti mismo, sino como nos enseña aquel que decía: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos, has de saber que ofreces panes de flor de harina, cocidos en el óleo de la caridad, sin mezcla de levadura de corrupción y de maldad, sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad.

Orígenes, Homilía 2 sobre el libro del Levítico (4: PG 12, 417-419)

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