lunes, 1 de julio de 2013

Adorar a Dios frecuentemente y siempre

Por lo que se refiere a la frecuencia de la oración, vemos cómo los tres jóvenes, fuertes en la fe y vencedores en el cautiverio, observaban, junto con Daniel, las horas de tercia, sexta y nona, prefigurando el misterio de la Trinidad, que habría de revelarse en los últimos tiempos.

Los antiguos adoradores de Dios, habiendo ya de antiguo determinado tales espacios espirituales de oración, se dedicaban a ella según modalidades precisas y en tiempos fijados. El curso del tiempo puso de manifiesto que, en esta manera de orar los justos de épocas anteriores, se escondía un misterio. Pues a la hora de tercia descendió sobre los discípulos el Espíritu Santo, dando así cumplimiento a la gracia prometida por el Señor. Asimismo, Pedro, subiendo a la azotea a la hora de sexta, fue instruído mediante una señal y por medio de la voz de Dios que lo interpelaba, sobre el deber de admitir a todos a la gracia de la salvación, puesto que anteriormente dudaba de conferir el bautismo a los paganos. Y el Señor, or, crucificado a la hora sexta, a la nona lavó con su sangre nuestros pecados, reportando entonces con su pasión una victoria, que le permitió redimirnos y darnos la vida.

En la actualidad, carísimos hermanos, y al margen de las horas antiguamente observadas, han aumentado los espacios de oración al ritmo de los sacramentos. De hecho, hemos de orar también por la mañana, para celebrar con la oración matutina la resurrección del Señor. Y es necesario orar además a la puesta del sol y al caer el día. En efecto, como Cristo es el verdadero sol y el verdadero día, cuando a la puesta del sol y al caer del día natural oramos pidiendo que salga sobre nosotros nuevamente la luz, en realidad imploramos la venida de Cristo portador de la gracia de la eterna luz. En los salmos, el Espíritu Santo llama a Cristo «día». Ahora bien, si en las Escrituras santas Cristo es el sol verdadero, no queda hora alguna en que los cristianos no deban adorar a Dios frecuentemente y siempre, de modo que los que estamos en Cristo, esto es, en el sol y en el día verdaderos, debemos perseverar todo el día en la oración. Y cuando según la alternativa rotación de los astros, la noche sucede al día, ningún daño puede sobrevenir a los orantes de las tinieblas nocturnas, porque para los hijos de la luz, las noches se convierten en días. ¿Cuándo, en efecto, está sin luz quien lleva la luz en el corazón? O ¿cuándo no hay sol y día para quien Cristo es sol y día?

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (34-35: CSEL 3, 292-293)

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