miércoles, 28 de agosto de 2013

Es éste un gran misterio

Como Eva salió del costado de Adán, así también nosotros del costado de Cristo. Esto es lo que significa la expresión: Carne de mi carne y hueso de mis huesos.

Ahora bien: que Eva fue formada de una costilla de Adán es algo que todos sabemos y de ello nos informa cumplidamente la Escritura, a saber: que Dios infundió en Adán un letargo, que le sacó una costilla de la que formó a la mujer; en cambio, que la Iglesia naciera del costado de Cristo, ¿dónde podríamos averiguarlo? También esto nos los indica la Escritura.

En efecto, después de que Cristo, izado y clavado en la cruz, hubo expirado, acercándose uno de los soldados, con la lanza le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. Pues de aquella sangre y agua nació toda la Iglesia. Testigo es aquel que dijo: El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos: llama sangre al Espíritu. En realidad, nacemos del agua del bautismo, y nos alimentamos de la sangre. ¿Ves cómo somos carne de su carne y hueso de sus huesos, por nacer y alimentarnos de aquel agua y de aquella sangre?

Y lo mismo que la mujer fue formada mientras Adán dormía, de igual modo, muerto Cristo, la Iglesia nació de su costado. Sin embargo, la mujer ha de ser amada no sólo por el mero hecho de ser miembro de nuestro cuerpo y en nosotros tiene su origen, sino además porque sobre este punto Dios promulgó una ley en estos términos: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Y si Pablo nos recuerda esta ley es para inducirnos por todos los medios a este amor. Considera ahora conmigo la sabiduría apostólica: no nos induce a amar a las esposas apelando únicamente a las leyes divinas o a solas leyes humanas, sino a ambas a la vez: de suerte que los espíritus más selectos y cultivados se sensibilicen sobre todo a las leyes divinas, mientras que los más débiles y sencillos se sientan movidos mayormente por las incitaciones del amor natural.

Por eso expone primero esta doctrina comenzando por el ejemplo de Cristo. Dice así: Amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia, para volver luego nuevamente a las motivaciones humanas: Así deben los maridos amar a sus mujeres, como miembros suyos que son. A continuación, vuelve otra vez a Cristo: Porque somos miembros de su cuerpo, carne de su carne y hueso de sus huesos. Y retorna de nuevo a las motivaciones humanas: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer. Y después de haber leído esto, continúa leyendo: Es éste —dice— un gran misterio.

Dime: ¿por qué es grande? ¿Cómo es que ocurre lo mismo en Cristo y la Iglesia? Como el esposo, abandonando a su padre, se apresura a ir al encuentro de la esposa, así también Cristo, abandonando el solio paterno, vino en busca de la Esposa: no nos convocó a las sublimes alturas del cielo, sino que espontáneamente vino él a nuestro encuentro. Pero al oír «venida», no pienses en una migración, sino en una acomodación: de hecho, cuando vivía entre nosotros, estaba con el Padre. Por esta razón escribe el Apóstol: Es éste un gran misterio. Es realmente grande ya entre los hombres, pero cuando lo considero referido a Cristo y a la Iglesia, entonces la grandeza del misterio me colma realmente de estupor. Por eso, después de haber dicho: Es éste un gran misterio, añadió inmediatamente: Y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

Homilía 3 sobre cómo han de ser los desposados (3: PG 51, 229-230)

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