viernes, 13 de septiembre de 2013

Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre

Jesús es garante de una alianza más valiosa. De aquéllos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor.

Así pues, en cuanto que posee un sacerdocio que no pasa, en tanto permanece sacerdote eternamente; y en cuanto que permanece hombre, en tanto aparece menor. En consecuencia, o el sacerdocio acabará un día por terminar, o jamás dejará de ser menor. Pues el sacerdote es siempre menor que Dios, de quien es sacerdote.

No obstante, dos cosas hace el sacerdote: o intercede para ser escuchado, o da gracias una vez que ha sido escuchado. Intercediendo, ofrece el sacrificio de impetración; dando gracias, ofrece el sacrificio de alabanza. Intercediendo, presenta las necesidades de los pecadores, dando gracias, enumera los beneficios misericordiosamente concedidos a los que han dado la oportuna satisfacción. Intercediendo, pide el perdón para los reos; dando gracias, desea congratularse con los agraciados.

Así también Cristo, poseyendo un sacerdocio eterno, al que la muerte no puede poner fin, como sucede con el resto de los sacerdotes, intercedió por nosotros, ofreciendo sobre la cruz el sacrificio de su propio cuerpo, intercede incluso ahora por todos, deseando que nosotros mismos nos convirtamos en sacrificio puro para Dios.

Mas cuando la divina misericordia se haya plenamente cumplido en nosotros, cuando la muerte haya sido absorbida en la victoria, cuando se hayan acabado nuestros males, cuando, saciados de toda clase de bienes, ya no pecaremos, ni sufriremos, ni habremos de soportar a nuestro enemigo el diablo, sino que reinaremos en una total paz y felicidad, entonces ciertamente dejará de interceder por nosotros, pues ya no tendremos nada que pedir, pero jamás dejará de dar gracias por nosotros.

Pues así como ahora pedimos misericordia por medio de nuestro sacerdote, así también una vez instalados en la bienaventuranza, ofreceremos el sacrificio de alabanza por mediación de nuestro sacerdote. Testigo de ello es el Apóstol, que dice: Por medio de él ofrecemos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza. Y cuando dejase de ser sacerdote, ¿por mediación de quién ofreceremos continuamente el sacrificio de alabanza? ¿O es que viviremos eternamente sin alabar a Dios? Atestigua lo contrario el salmista, cuando dice: Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. Por tanto, si eternamente resonara el cántico de alabanza, siempre le ofreceremos el sacrificio de alabanza, como nos dice el Apóstol: Por medio de él ofrecemos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza.

Cristo, pues, será siempre sacerdote y por su medio podemos ofrecer un sacrificio de alabanza: siempre menor, pues es sacerdote. Sin embargo, como quiera que Cristo es siempre uno, él es a un mismo tiempo sacerdote y Dios, un Dios a quien los fieles adoran, bendicen y glorifican juntamente con el Padre y el Espíritu Santo: él intercede, se compadece, agradece y da la gracia. Y así como enseñó a su Iglesia a observar esta norma en los sacrificios de cada día: que ore por los pecadores, tanto por los pecadores que aún se afanan en la tierra, como por los que abandonaron ya este mundo, y, en cambio por los mártires debe elevar acciones de gracias, lo mismo hace ahora también él con nosotros: cuando nos ve miserables, intercede por nosotros, mientras que cuando nos hubiera hecho dichosos, dará gracias. Y de esta forma, en ambos ministerios sacerdotales, el eterno sacerdote está en posesión de un sacerdocio que no pasa. Realmente es exacta la afirmación que encontramos en la carta a los Hebreos: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.

Carta dogmática contra los arrianos (PLS 4, 34-35)

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