martes, 15 de abril de 2014

Con perseverancia y tesón se tolera todo, para que en Cristo se consume la plena y perfecta paciencia

El que afirmó haber bajado del cielo para hacer la voluntad del Padre, entre otros maravillosos milagros con que dio pruebas de una majestad divina, fue un fiel trasunto de la paciencia paterna por su admirable mansedumbre. Desde el primer momento de su venida, toda su conducta estuvo sazonada de paciencia. Ante todo, al descender de aquella celestial sublimidad a las cosas terrenas, el Hijo de Dios no desdeñó revestir la carne humana y, no siendo él pecador, cargar con los pecados ajenos; despojándose eventualmente de la inmortalidad consintió en hacerse mortal, para poder morir, él inocente, por la salvación de los no inocentes. El Señor es bautizado por el siervo y el que ha venido a perdonar los pecados no desdeñó lavar su cuerpo con el baño del segundo nacimiento.

Ayuna por espacio de cuarenta días el que sacia a los demás: padece hambre y sed, para que quienes tenían hambre de la palabra y de la gracia fueran saciados con el pan del cielo. Combate con el diablo tentador y, contento de haber vencido a enemigo tan poderoso, se mantiene en el nivel de una victoria dialéctica.

No preside a sus discípulos como a siervos con poder señorial, sino que, siendo benigno y manso, los amó con amor de caridad, e incluso se dignó lavar los pies de los apóstoles, para enseñarnos con su ejemplo que si tal es el comportamiento del Señor con sus siervos, deduzcamos cuál deba ser el del consiervo con sus semejantes e iguales.

Y no debe maravillarnos un tal comportamiento con los que le obedecían, él que fue capaz de soportar a Judas hasta el fin con infinita paciencia, de sentarse a la mesa con el enemigo, de conocer al enemigo doméstico sin delatarlo, de no rehusar el beso del traidor.

Y en la misma pasión y cruz, antes de llegar a la sentencia de muerte y a la efusión de su sangre, cuántas injurias y ultrajes no tuvo que oír con exquisita paciencia, qué vergonzosas insolencias no hubo de tolerar, hasta el punto de ser el blanco de los salivazos de quienes le insultaban, él que con su saliva había poco antes restituido la vista al ciego. Soportó ser flagelado aquel en cuyo nombre los que ahora son sus siervos fustigan al diablo y a sus ángeles; es coronado de espinas el que corona a los mártires con flores de eternidad; es abofeteado con las palmas de la mano quien otorga las verdaderas palmas a los vencedores; es despojado de un vestido terreno quien viste a los demás las vestiduras de la inmortalidad; es abrevado con hiel quien nos trajo el pan del cielo; se le da a beber vinagre a quien nos obsequió con la bebida de la salvación.

Al Inocente, al Justo, más aún, al que es la misma inocencia y la misma justicia, lo consideraron como un malhechor y la verdad fue vejada por falsos testigos; es juzgado el que nos juzgará a todos y el que es la Palabra de Dios se deja conducir en silencio al patíbulo.

Y cuando ante la cruz del Señor los astros se llenen de confusión, se conmuevan los elementos, tiemble la tierra, la noche oscurezca el día para que el sol no obligue a contemplar el crimen de los judíos sustrayendo sus rayos y no dando luz a los ojos, él no habla, no se mueve, no exhibe su majestad ni siquiera durante la pasión: con perseverancia y tesón se tolera todo, para que en Cristo se consume la plena y perfecta paciencia.

Sobre los bienes de la paciencia (6-7: CCL III A, 121-122)

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