viernes, 4 de abril de 2014

La Iglesia sigue a Cristo doquiera que va

Lo que hasta aquí hemos dicho se refiere al sentido histórico. Es hora ya de pasar al sentido espiritual. Tan pronto como se erigió y apareció sobre la tierra aquel verdadero santuario, que es la Iglesia, la gloria de Cristo la cubrió; pues no otra cosa significa –según creo– el hecho de que aquel primitivo santuario fuera cubierto por la nube.

Así pues, Cristo inundó a la Iglesia de su gloria; y para los que están inmersos en la tenebrosa noche de la ignorancia y del error, resplandece como el fuego, irradiando una espiritual ilustración; a aquellos, en cambio, que ya han sido iluminados y en cuyo corazón amaneció el día espiritual, les brinda sombra y protección, y los nutre con el rocío espiritual, esto es, con los consuelos de lo alto, donación del Espíritu Santo; por eso se dice que aparecía de noche como fuego, y de día en forma de nube. Pues los que todavía eran niños necesitaban de ilustración y de iluminación para llegar al conocimiento de Dios; en cambio, los más avanzados y los ya ilustrados por la fe requerían protección y ayuda, para poder soportar con valentía el bochorno de la presente vida y el peso de la jornada: pues todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido.

Cuando se levantaba la nube sobre la tienda, los israelitas se ponían en marcha. Pues la Iglesia sigue a Cristo doquiera que va, y la santa multitud de los creyentes jamás se aparta de aquel que la llama a la salvación.

¿Y qué hemos de entender por este nuestro acampar y ponernos en marcha en pos de Cristo que nos precede y nos guía?

No existe diferencia alguna entre estas dos expresiones de la Escritura, ya que tanto el ponerse en marcha siguiendo a la nube como acampar al detenerse ella, es como una figura de nuestra voluntad, que desea estar con Dios.

Sin embargo, si quisiéramos afinar al máximo la comprensión del tema a la que convocamos lo más sutil de nuestra inteligencia, diríamos: que existe un primer punto de partida y es el que va de la infidelidad a la fe, de la ignorancia al conocimiento, del desconocimiento del que por naturaleza y en realidad de verdad es Dios a la clara visión del que es al mismo tiempo Señor y Creador del universo.

A continuación del ya mencionado, existe un segundo punto de partida, enormemente útil, cuando de una vida disoluta y desarreglada tratamos de llegar a un mejoramiento de sentimientos y acciones.

Existe un tercer punto de partida todavía más noble y excelente, cuando de un estado de imperfección pasamos a la perfección de comportamientos y creencias.

¿O es que no tendemos gradualmente a una mayor configuración con Cristo, cuando crecemos hacia el hombre perfecto, hacia la medida de Cristo en su plenitud? Esto es probablemente lo que san Pablo nos dice cuando escribe: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama.

Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 5: PG 68, 394-395)

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