martes, 7 de octubre de 2014

Vosotros que aspiráis a ser espirituales, pedid bienes celestiales en la oración

Toda oración sobre asuntos espirituales y místicos de que hemos hecho mención nace invariablemente de un alma que procede no dirigida por la carne, sino que, con el Espíritu, da muerte a las obras de la carne, que toma más en consideración lo que el sentido anagógico descubre a los exegetas que el posible beneficio recibido por quienes oran según la letra.

Y nosotros mismos hemos de procurar que nuestra alma no sea estéril, sino que la ley espiritual hemos de escucharla con oídos espirituales, para curarnos de la esterilidad y merecer ser escuchados como Ana y Ezequías; y ser, además, liberados de las insidias de los enemigos del mal, como Mardoqueo, Ester y Judit.

Además, el que sabe de qué cetáceo es figura el gran pez que se tragó a Jonás comprende que es aquel del que dice Job: Que le maldigan los que maldicen el día, los que entienden de conjurar al Leviatán. Este tal, si por cualquier falta de infidelidad, viniese a parar al vientre del cetáceo, arrepentido orará y saldrá de allí. Y una vez salido, si persevera en la obediencia a los mandatos de Dios, podrá, inflamado por el Espíritu de profecía, ser ocasión de salvación también ahora para tantos ninivitas a punto de perecer; pero no deberá llevar a mal la bondad de Dios, ni deseará que Dios persevere en su propósito de destruir a quienes se arrepienten.

Y aquel gran prodigio que leemos hizo Samuel recurriendo a la oración, puede realizarlo espiritualmente también hoy cualquiera de los incondicionales de Dios, que por eso mismo se ha hecho acreedor a ser escuchado. Está efectivamente escrito: Ahora preparaos a asistir al prodigio que el Señor va a realizar ante vuestros ojos. Estamos en la siega del trigo, ¿no es cierto? Pues voy a invocar al Señor para que envíe una tronada y un aguacero. Y el mismo Señor dice a todos los santos y verdaderos discípulos de Cristo: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna. Y realmente, en este tiempo de la siega, Dios realizó una obra maravillosa en presencia de quienes hacen caso de los profetas: al invocar a Dios aquel que está unido al Espíritu Santo, Dios truena desde el cielo y envía un aguacero que riega las almas, de suerte que el que antes estaba en pecado, tema grandemente a Dios, a la par que la atención que Dios presta a las súplicas del mediador del beneficio, demuestra su santidad digna de profunda veneración.

Después de haber expuesto los beneficios que los santos obtuvieron mediante la oración, comprenderemos aquel dicho: «Pedid cosas importantes, las secundarias se os darán por añadidura; pedid los bienes celestiales y los terrenales se os darán por añadidura». Todos los símbolos y las figuras son cosas secundarias en comparación con las verdaderas y espirituales. Por eso, cuando el Verbo de Dios nos exhorta a imitar las oraciones de los santos, de modo que consigamos en realidad de verdad lo que ellos obtuvieron sólo en figura, dice con gran precisión que los magníficos y celestiales bienes están como bosquejados en las realidades terrenas e insignificantes. Que es como si dijera: Vosotros que deseáis ser espirituales, pedid en la oración los bienes del cielo, para que conseguidos, como celestiales seáis herederos del reino de los cielos, y como grandes, disfrutéis de los máximos bienes; en cuanto a los bienes terrenos y de poca monta de que tenéis necesidad para el mantenimiento del cuerpo, el Padre os los facilitará en la medida de vuestras necesidades.

Opúsculo sobre la oración (13-14: PG 11, 455-459)

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