lunes, 11 de mayo de 2015

En la unidad de la caridad consiste el amor fraterno

En esto —dice Juan— sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. ¿Qué mandamientos? Veamos si mandamiento no es otro nombre del amor. Fíjate en el evangelio, a ver si no está mandado esto: Os doy —dice— un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Los llama perfectos en el amor. Y ¿cuál es la perfección del amor? Amar incluso a los enemigos y amarlos para que se conviertan en hermanos. Pues nuestro amor no debe ser según la carne. Ama a tus enemigos, deseando tenerlos por hermanos; ama a tus enemigos, de modo que se sientan llamados a tu comunión. Así amó aquel que, pendiente de la cruz, decía: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Alejaba de ellos la muerte sempiterna con una plegaria henchida de misericordia y de eficacísimo poder. Muchos de entre ellos aceptaron la fe y se les perdonó el haber derramado la sangre de Cristo. Primero la derramaron por odio, luego la bebieron por la fe. Quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Precisamente hablándonos de esta perfección de la caridad consistente en amar a los enemigos, nos amonesta el Señor diciendo: Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. ¿Quiénes son los que tropiezan o hacen tropezar? Los que se escandalizan de Cristo y de la Iglesia. Si tuvieras caridad, no te escandalizarías ni de Cristo ni de la Iglesia; no abandonarás ni a Cristo ni a la Iglesia. El que abandona la Iglesia, ¿cómo puede estar en Cristo, sin estar en el cuerpo de Cristo? Tropiezan los que abandonan a Cristo o a la Iglesia. Lo mismo que aquel que está sometido al cauterio, grita: No lo tolero, no lo aguanto, y se sustrae a la cura, así los que no soportan algunos comportamientos eclesiales y se sustraen al nombre de Cristo o de la Iglesia, padecen escándalo.

Ved si no, cómo se escandalizaron aquellos hombres carnales, a quienes Cristo, hablando de su carne, decía: El que no come la carne del Hijo del hombre y no bebe su sangre, no tiene vida en sí mismo. Unos setenta hombres dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, y se separaron de él; los Doce se quedaron. Y para que no pensaran los hombres que creyendo en Cristo prestaban un servicio a Cristo y no más bien al contrario, que son realmente ellos los que de Cristo reciben un beneficio, el Señor les dice: ¿También vosotros queréis marcharos? Para que os deis cuenta de que yo os soy necesario, no vosotros a mí. Ellos le contestaron por boca de Pedro: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.

¿Por qué, pues, no hay escándalo en el que ama a su hermano? Pues porque quien ama al hermano, todo lo tolera por salvaguardar la unidad; en la unidad de la caridad consiste efectivamente el amor fraterno. Oye lo que dice el Señor: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. ¿Qué es la ley, sino un mandamiento? Y ¿por qué no se escandalizan sino porque se soportan unos a otros? Lo dice Pablo: Sobrellevaos mutuamente por amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Que ésta sea la ley de Cristo, escucha de nuevo al Apóstol recomendando esta misma ley: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo.

San Agustín de Hipona
Tratado 1 sobre la primera carta de san Juan (9.12: SC 75, 132-144)

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