jueves, 1 de octubre de 2015

En nuestra Pascua, Cristo es inmolado no en figura, sino en realidad

Ya sabéis, carísimos hermanos, que en esta vida mortal nos es imposible celebrar la Pascua sin verduras amargas, es decir, sin la amargura de la vida. Como muy bien sabe vuestra caridad, Pascua significa «paso». Si no me falla la memoria, en las sagradas Escrituras encontramos un triple paso, correspondiente a tres pascuas. En efecto, cuando Israel salió de Egipto, se celebró la Pascua, realizándose el paso de los judíos a través del Mar Rojo, de la esclavitud a la libertad, de las ollas de carne al maná de los ángeles.

Se celebró otra Pascua cuando, no sólo los judíos, sino todo el género humano pasó de la muerte a la vida, del yugo del diablo al yugo de Cristo, de la esclavitud de las tinieblas a la libertad de la gloria de los hijos de Dios, del alimento inmundo de los vicios a aquel pan verdadero, verdadero pan de los ángeles, que dice de sí mismo: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.

Se celebrará gozosamente una tercera Pascua, cuando demos el paso de la mortalidad a la inmortalidad, de la corrupción a la incorrupción, de la miseria a la felicidad, de la fatiga al descanso, del temor a la seguridad. La primera es la pascua de los judíos, la segunda la de los cristianos, la tercera la de los santos y perfectos. En la pascua de los judíos se inmoló un cordero, en nuestra pascua es inmolado Cristo, finalmente, en la pascua de los santos y de los perfectos Cristo es glorificado. Considerad los grados y diferencias de estas solemnidades, considerad cómo Cristo opera nuestra salvación, él que alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto.

Pues en la pascua judía se inmoló un cordero, pero según un lenguaje figurativo y arcano, en ese cordero es inmolado Cristo. En nuestra Pascua, Cristo es inmolado no en figura, sino en realidad. En la pascua de los santos y de los perfectos, Cristo ya no es inmolado, sino que más bien será manifestado. En aquella primera pascua estaba prefigurada la pasión de Cristo, en la segunda se lleva a cabo la pasión, en la tercera se pone de manifiesto el fruto de dicha pasión en la potencia de la resurrección. De esta forma, la sabiduría vence a la malicia.

En efecto, mi Señor Jesús, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, venció con sabiduría, suavidad y vigor la malicia de aquella antigua serpiente. Porque la malicia es una taimada astucia, que genera y comprende dos vicios: la soberbia y la envidia. La soberbia es el origen de todo pecado y por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo. Pues bien, a esta malicia que echó a perder todo el género humano, Cristo Jesús, mi Señor, sabiamente la venció por completo y de modo no menos fuerte que suave.

Beato Elredo de Rievaulx
Sermón en el día de Pascua (Edit. C.H. Talbot, SSOC, vol 1, 94-95)

No hay comentarios:

Publicar un comentario