domingo, 18 de octubre de 2015

Este día os trajo el comienzo de toda gracia

Escucha, hijo: voy a exponerte la razón por la cual se nos ha transmitido el mandato de guardar el día del Señor y abstenernos de trabajar. Cuando el Señor confió el misterio a sus discípulos, tomando el pan lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo, que se parte por vosotros para el perdón de los pecados. Del mismo modo les dio la copa, diciendo: Bebed todos: ésta es mi sangre, sangre de la nueva alianza, que se derrama por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto —dice-- en conmemoración mía.

Así pues, el sagrado día del Domingo es la conmemoración del Señor. Por eso se le llama Domingo, como principio de los días. Pues con anterioridad a la pasión del Señor no se le llamaba Domingo, sino día primero. En este día el Señor dio comienzo a las primicias de la resurrección o creación del mundo; en este mismo día donó al mundo las primicias de la resurrección; en este día —como acabamos de decir— nos mandó, asimismo, celebrar los sagrados misterios. Por tanto, este día nos trajo el comienzo de toda gracia: el comienzo de la creación del mundo, el comienzo de la resurrección, el comienzo de la semana. Al comprender este día tres comienzos, nos muestra a un mismo tiempo el primado de la santísima Trinidad.

No por otra razón observamos el Domingo, sino para introducir una pausa en el trabajo y dedicarnos a la oración. Si pues, interrumpiendo el trabajo, no acudes a la iglesia, no sacas ganancia alguna; más aún, te has perjudicado, y no poco, a ti mismo. Muchos son los que esperan el domingo, pero no todos con idéntico motivo. Los que temen al Señor, esperan el domingo para elevar a Dios sus plegarias y recrearse con el cuerpo y sangre preciosos; los apáticos y negligentes esperan el domingo para no trabajar y entregarse a una conducta incalificable.

¿Qué es lo que contemplan los que van a la iglesia? Te lo voy a decir: a Cristo, el Señor, yacente sobre la mesa sagrada, el himno santo de los serafines cantado tres veces, la presencia y la venida del Espíritu Santo, al profeta y rey David entonando salmos, al bendito Apóstol inculcando su doctrina en el ánimo de todos, el himno angélico y el asiduo aleluya, las voces evangélicas, las admoniciones del Señor, la instrucción y exhortación de los venerables obispos y presbíteros: todo cosas espirituales, todo cosas celestiales, todo cosas que nos procuran la salvación y el reino de los cielos. Esto es lo que escucha, esto es lo que contempla todo el que va a la iglesia.

Porque este día se te ha dado para la oración y el descanso: Este es, pues, el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo; y al que, en este día, resucitó démosle gloria juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

San Eusebio de Alejandría
Sermón 6 (1.3.6: PG 86, 415-418.422)

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