sábado, 31 de octubre de 2015

Yo pienso designios de paz

Después de la magnificencia del resucitado, después de la gloria del que ascendió a los cielos, después de la sublimidad del que está sentado a la derecha del Padre, no restaba sino que se cumpliera la feliz expectación de los justos y los hombres celestes fueran colmados de los dones del cielo. Pues bien, fíjate si mucho antes no predijo Isaías todo esto tanto con el peso mismo de las sentencias como con el orden mismo de las palabras: En aquel día, el vástago del Señor será magnífico y glorioso, fruto del país, honor y ornamento para los supervivientes de Israel.

El vástago del Señor es Cristo Jesús, el único concebido de un germen purísimo, porque si bien fue enviado en una carne semejante a la del pecado, estuvo, sin embargo, exento de todo pecado; y aunque es hijo de Adán según la carne, no es, sin embargo, hijo de la transgresión de Adán, pues que él no fue por naturaleza hijo de la ira, como todos los demás, que hemos nacido en la culpa.

Pues bien, este vástago, que brotó del tocón de Jesé con virginal verdor, estuvo magnífico cuando resucitó de entre los muertos. Entonces, Señor, Dios mío, fuiste grandemente magnificado, vistiéndote de belleza y majestad, envuelto en la luz como en un manto. Venga, pues, Señor Jesús, la alegría para los supervivientes de Israel, para tus Apóstoles, a quienes elegiste antes de crear el mundo. Venga tu Espíritu bueno que lave la suciedad e infunda las virtudes en la justicia y en el amor.

Ea, pues, hermanos, meditemos en todo cuanto la Trinidad ha hecho en nosotros y por encima de nosotros desde el principio del mundo hasta el final de los tiempos, y veamos cuán solícita estuvo aquella majestad, a quien incumbe a la vez la administración y el gobierno de los siglos, de que no nos perdiéramos para siempre. La verdad es que lo había poderosamente creado todo y todo sabiamente lo gobernaba: y de ambas cosas, poder y sabiduría, teníamos señales evidentísimas en la creación y en la conservación de la máquina mundial.

Había indudablemente bondad en Dios y una bondad extraordinaria, pero permanecía oculta en el corazón del Padre, esperando a ser derramada a su debido tiempo sobre el linaje de los hijos de Adán. Decía, no obstante, el Señor: Yo pienso designios de paz, porque tenía la intención de enviarnos a aquel que es nuestra paz, el cual hizo de los dos pueblos una sola cosa, para darnos ya paz sobre paz: paz a los de lejos, paz también a los de cerca.

Así pues, fue la propia benignidad la que invitó al Verbo de Dios, que moraba en las sublimidades del cielo, a bajar hasta nosotros, la misericordia lo arrastró, la fidelidad a su promesa de venir lo empujó, la pureza de un seno virginal lo recibió, salva la integridad de la Virgen, el poder lo edujo, la obediencia lo condujo por doquier, la paciencia lo armó, la caridad lo manifestó con palabras y milagros.

San Bernardo de Claraval
Sermón 2 en el día de Pentecostés (1-2: Opera onmia, Edit Cist t 5, 1968, 165-166)

No hay comentarios:

Publicar un comentario